Con su cara amuñecada y su
firmeza, Cynthia Viteri, alcaldesa de Guayaquil, aparece en los medios de
comunicación como un huracán de energía para desafiar lo que parece imposible:
pide a los policías que no les tiemble la mano para disparar ante el inminente
peligro de que delincuentes asesinen a las víctimas, o actuar en defensa
propia; pone molestos a los abogados en libre ejercicio cuando manifiesta que
la Municipalidad de Guayaquil contratará a un grupo de juristas para que
revisen las causas por las que delincuentes quedan libres para seguir matando y
robando.
Las criticas le llueven por haber impedido que un avión con tripulantes
españoles aterrice en el aeropuerto de Guayaquil; no teme a los enjuiciamientos
por defender a sus compatriotas; no se inmuta cuando responsabiliza al Gobierno
por el incremento de las cifras del coronavirus en el Ecuador porque Cynthia es
de armas tomar, batalladora, una dama con los pantalones bien puestos, que no
se amilana como León; para sus partidarios significa un pueblo, al cual se debe
y tiene que servir.
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