Los que ostentaban el poder judío,
dirigidos por Herodes, pero sometidos al imperio romano, aprovecharon la oportunidad
de la Pascua judía (celebración por el final de la esclavitud de los judíos en
Egipto) para capturar a Jesús, que fue señalado por el traidor Judas; Jesús se había
responsabilizado de ser el hijo de Dios y de tener muchos seguidores.
Lo llevaron ante Pilato, el único
que podía disponer la pena de muerte; pero se negó a juzgar la supuesta
blasfemia. El Dios judío no era el de Roma. Envió a Jesús ante Herodes, este lo
regresó a Pilato, acusando a Jesús de sedición, acto que se sancionaba con la
pena de muerte. Pilato, presionado por los judíos, acepto condenar a Jesús, sin
embargo, se lavó las manos y exclamó: “No soy responsable por la sangre de este
hombre”.
Este gesto teatral de lavarse las
manos ante el pueblo, muestra todo lo superficial e inconsistente de Pilato. La
contradicción es atroz porque reconoce una y otra vez, y una tercera, la
inocencia de Jesús, pero lo condena a muerte (Lucas,23,20-25).
El acto de este mediocre
personaje nos deja como lección que hay que aprender a decir que no, es
necesario ser personas de convicciones firmes; un juez no puede condenar a un
inocente porque tiene que actuar de acuerdo con justicia.
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