miércoles, 8 de abril de 2020

Rocafuerte arriesgó su vida para combatir la fiebre amarilla



En 1842 Guayaquil fue víctima de la terrible fiebre amarilla que producía lo que la gente llamó vómito prieto, porque se manifestaba con sangre de color negro; las víctimas se contaron desde los primeros días, pero como ahora siempre hubo ciudadanos que no la tomaron en serio, pues creían que se trataba de rumores; el miedo fue colectivo cuando a los muertos se los registraban por centenares y luego por miles.

La mitad de los pobladores de Guayaquil huyeron a la Sierra y a la isla Puná. Al gobernador Vicente Rocafuerte le aconsejaron que también se alejara de la ciudad, pues peligraba su vida. No temió y valientemente siguió luchando para combatir la terrible epidemia, que además se presentó en algunos puertos del golfo de México y del Caribe.


Rocafuerte consideró que su deber exigía morir en servicio de la patria y en alivio de los pobres, en caso de sucumbir, lo cual gracias a Dios no sucedió. “la perfecta consagración a la causa de la humanidad es el servicio más importante que pueda hacer en el curso de mi vida”, manifestó.

Guayaquil quedó aislada durante 10 años, ya que no se permitió la entrada de los barcos; lo que produjo una crisis económica, familiar y social.

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