En 1842 Guayaquil fue víctima de la terrible fiebre amarilla
que producía lo que la gente llamó vómito prieto, porque se manifestaba con
sangre de color negro; las víctimas se contaron desde los primeros días, pero
como ahora siempre hubo ciudadanos que no la tomaron en serio, pues creían que
se trataba de rumores; el miedo fue colectivo cuando a los muertos se los
registraban por centenares y luego por miles.
La mitad de los pobladores de Guayaquil huyeron a la Sierra
y a la isla Puná. Al gobernador Vicente Rocafuerte le aconsejaron que también se
alejara de la ciudad, pues peligraba su vida. No temió y valientemente siguió
luchando para combatir la terrible epidemia, que además se presentó en algunos
puertos del golfo de México y del Caribe.
Rocafuerte consideró que su deber exigía morir en servicio
de la patria y en alivio de los pobres, en caso de sucumbir, lo cual gracias a
Dios no sucedió. “la perfecta consagración a la causa de la humanidad es el
servicio más importante que pueda hacer en el curso de mi vida”, manifestó.
Guayaquil quedó aislada durante 10 años, ya que no se
permitió la entrada de los barcos; lo que produjo una crisis económica,
familiar y social.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario